I

Hoy te he llorado por primera vez. Todavía no lo había hecho desde que me dijiste que no. 

¿Sabes? Conseguí estar bien desde el momento cero. Me tomé el rechazo con indiferencia, diciéndome a mí misma que eso no cambiaba nada, que todo estaba bien, que ya se me pasaría y que lo único que tenía que hacer era aprender a quererte de la misma forma en la que tú me querías a mí. No sabía que era tan jodidamente complicado. No sabía que me estaba engañando. 

Estaba bien, pero no podía escuchar las canciones que solía escuchar contigo, ni tampoco las que hablaban de ti. Me deshice de ciertos libros porque no quería recordar esos momentos en los que te desvivias comentando lo que pasaba. Dejé de ver ciertas series y películas porque estaba demasiado sensible. A pesar de todo, me empeñaba en creer que estaba bien.

Había conseguido tener la mente ocupada con cualquier cosa durante todo ese tiempo: me tragué un par de series enteras del tirón, leí y releí las mismas historias una y otra vez, me aprendí las letras de un disco nuevo, dormí lo que no está escrito, …  Todo para no pensarte. 

Conseguí así desvincularme de mis sentimientos un tiempo, y me pareció maravilloso.

Supongo que mi error fue no dejarte espacio a ti y no dármelo a mí misma para asimilar la nueva situación. En mi defensa diré que solo quería normalizarlo. Me creí lo suficientemente fuerte desde el momento cero para dejar a un lado lo que sentía y seguir hablando contigo como si nada hubiera pasado. Nadie me dijo que hay un momento en el que, después de desvincularte, todo lo que no sentiste entonces te viene de golpe.

Así que aquí estoy ahora, llorándote con semanas de retraso. Empezando a asimilar la no tan nueva situación. Rezando para ser capaz de olvidarte a pesar de verte todos los días. Deseando que se acaben esas ganas de besarte. Odiándome por haber retrasado lo inevitable. Queriéndote sin poder evitarlo.

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