24 de febrero

Últimamente no hago más que pensar en la paz que me daría que todo terminase. Que la vida me viese abrazando a la muerte, quien me llevaría de forma apacible, y que simplemente me dejase marchar.

Todo sería más fácil.

Intenté cambiar de opinión buscándole un sentido a la vida, cualquiera que me hiciese verlo todo desde otra perspectiva. No encontré ninguno. Llegué a la conclusión de que la vida es estudiar, trabajar, sufrir y morir. Simplemente no merece la pena.

Y yo tampoco la merezco. No merezco la pena.

No es que lo crea, es que lo sé. Y es horrible darse cuenta de eso, y mucho más que te hagan verlo. Si algo queremos en esta vida es valer la pena. Qué mínimo, ¿no? Bueno, y ¿qué haces cuando no tienes ni eso? ¿cuando ves que todos terminan alejándose tarde o temprano? ¿Y si además no encuentras motivos para seguir?

Irse es demasiado tentador. Lo único que me mantiene aquí es alguien que sé que lo pasaría peor que horrible si yo decidiese acabar con todo.

He intentado estar bien. Lo prometo. Llevaba unos cuatro meses recuperándome. He hecho todo lo que ha estado en mi mano por estar mejor y ha funcionado un tiempo. Hasta esta noche.

Esta noche he tenido que luchar contra unos impulsos de autodestrucción más grandes que nunca y me han acabado ganando. Supongo que, al final, me he cansado de luchar. Supongo que todo será más fácil si vuelvo al punto del que tanto me ha costado salir. Supongo que no estoy hecha para ser feliz.

Creo que, simplemente, dejaré que me arrastre esta corriente para ver hasta dónde me quiere llevar y rezaré para no llegar al cementerio antes de hora. O sí. Qué más da.

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